lunes, 26 de noviembre de 2012

El problema económico del masoquismo


Resumen del ensayo “El problema económico del masoquismo” de S. Freud Tomo XIX




Desde la introducción al ensayo, James Strachey nos adelanta que Freud ya había abordado el tema, aunque siempre en forma más bien provisional, en sus Tres Ensayos de teoría sexual en 1905, en Pulsiones y Destinos de Pulsión, y con mucho mayor amplitud en Pegan a un niño. En todos los artículos mencionados el masoquismo deriva de un sadismo anterior, no reconociéndose nada semejante a un masoquismo primario. Sin embargo en más allá del principio del placer, tras la introducción de la pulsión de muerte, se nos dice que “podría haber también un masoquismo primario”, y en la obra de “El problema económico del masoquismo” su existencia se da por cierta. Explicándola sobre la base de la mezcla de pulsiones. Freud  muestra que ese masoquismo primario o erógeno tiene dos formas derivadas: una de ellas, que denomina femenina, ya la había examinado en su trabajo “Pegan a un niño”; pero la tercera clase de masoquismo, el masoquismo moral, le permite explayarse sobre los muchos puntos que había tocado apenas rozados en el Ellos y el Yo. Y plantear nuevos problemas en relación con los sentimientos de culpa y la actividad de la conciencia moral.


Ya en el ensayo, Freud empieza diciendo que el  masoquismo es incomprensible si el principio de placer gobierna los procesos anímicos de  modo tal que su meta inmediata sea la evitación de displacer y la ganancia de placer. Y nos recuerda entonces que se ha concebido al principio que gobierna todos los procesos anímicos  como un caso especial de la tendencia a la estabilidad . Entonces, placer y displacer no pueden ser referidos al aumento o la disminución de una  cantidad, que llamamos «tensión de estímulo», si bien es evidente que tienen mucho que  ver con este factor.  Define entonces los tres principios y su relación:  el principio de Nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte; el   principio de placer que subroga la exigencia de la libido, y su modificación; el principio de  realidad que es el contacto con mundo exterior.

Vuelve al masoquismo y dice que se ofrece a nuestra observación en tres figuras:
1.      Como una  condición a la que se sujeta la excitación sexual
2.      Como una expresión de la naturaleza  femenina
3.      Como una norma de la conducta en la vida (behaviour).

De acuerdo con ello, es  posible distinguir un masoquismo erógeno, uno femenino y uno moral. El primero, el  masoquismo erógeno, el placer (gusto} de recibir dolor, se encuentra también en el  fundamento de las otras dos formas: han de atribuírsele bases biológicas y  constitucionales[i], y permanece incomprensible sí uno no se decide a adoptar ciertos  supuestos acerca de constelaciones que son totalmente oscuras. La tercera forma de  manifestación del masoquismo, en cierto sentido la más importante, sólo recientemente ha sido apreciada por el psicoanálisis como un sentimiento de culpa, las más de las veces  inconsciente. Las escenificaciones reales de los  perversos masoquistas responden punto por punto a esas fantasías, ya sean ejecutadas  como un fin en sí mismas o sirvan para producir la potencia e iniciar el acto sexual. En  ambos casos -ya que aquellas no son sino la realización escénica de las  fantasías- el contenido manifiesto es el mismo: ser amordazado, atado, golpeado  dolorosamente, azotado, maltratado de cualquier modo, sometido a obediencia  incondicional, ensuciado, denigrado. La  interpretación más inmediata y fácil de obtener es que el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente, pero, en particular, como un niño díscolo. (Díscolo: desobediente que no se comporta con docilidad.(RAE)) [Lo cual se puede ver claramente si uno entra a las páginas de sadomasoquismo sexual en la internet.].  Es fácil descubrir que ponen a la persona en una situación característica de la  feminidad, vale decir, significan ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. Por eso he  dado a esta forma de manifestación del masoquismo el nombre de «femenina», en cierto  modo a potiori [sobre la base de sus ejemplos extremos], aunque muchísimos de sus  elementos apuntan a la vida infantil.  En el contenido manifiesto de las fantasías  masoquistas se expresa también un sentimiento de culpa cuando se supone que la persona  afectada ha infringido algo (se lo deja indeterminado) que debe expiarse mediante todos  esos procedimientos dolorosos y martirizadores.


Por otra parte, Freud dice que en el ser vivo (pluricelular), la libido se enfrenta con la pulsión de   destrucción o de muerte; esta, que impera dentro de él, querría desagregarlo y llevar a  cada uno de los organismos elementales a la condición de la estabilidad inorgánica  (aunque tal estabilidad sólo pueda ser relativa).   Recibe entonces el nombre de pulsión de destrucción, pulsión  de apoderamiento, voluntad de poder. Un sector de esta pulsión es puesto directamente al  servicio de la función sexual, donde tiene a su cargo una importante operación. Es el  sadismo propiamente dicho.  Entonces, si se consiente alguna imprecisión, puede decirse que la pulsión de muerte actuante en el  interior del organismo -el sadismo primordial- es idéntica al masoquismo. Después que su  parte principal fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece, como su  residuo, el genuino masoquismo erógeno, que por una parte ha devenido un componente  de la libido, pero por la otra sigue teniendo como objeto al ser propio.  Dice que esto esta altamente relacionado con                                                                                       el deseo  de ser golpeado por el padre, de la fase sádico-anal, que sigue a aquella; la castración, si  bien desmentida más tarde, interviene en el contenido de las fantasías masoquistas como  sedimento del estadio fálico de organización; y, desde luego, las situaciones de ser  poseído sexualmente y de parir, características de la feminidad, derivan de la organización  genital definitiva. También resulta fácil comprender el papel que las nalgas desempeñan en  el masoquismo, prescindiendo de su obvio fundamento real. Las nalgas son  la parte del cuerpo preferida erógenamente en la fase sádico-anal, como lo son las mamas  en la fase oral, y el pene en la genital.  

La tercera forma del masoquismo, el masoquismo moral, es notable sobre todo por  haber aflojado su vínculo con lo que conocemos como sexualidad. Es que en general todo  padecer masoquista tiene por condición la de partir de la persona amada y ser tolerado por  orden de ella; esta restricción desaparece en el masoquismo moral. El padecer como tal es  lo que importa; no interesa que lo inflija la persona amada o una indiferente; así sea  causado por poderes o circunstancias impersonales, el verdadero masoquista ofrece su  mejilla toda vez que se presenta la oportunidad de recibir una bofetada. Para explicar esta  conducta es muy tentador dejar de lado la libido y limitarse al supuesto de que aquí la  pulsión de destrucción fue vuelta de nuevo hacia adentro y ahora abate su furia sobre el  sí-mismo. La satisfacción de este sentimiento inconsciente de culpa, es quizás el rubro más fuerte de la  ganancia de la enfermedad, compuesta en general por varios de ellos, y el que más  contribuye a la resultante de fuerzas que se revuelve contra la curación y no quiere resignar  la condición de enfermo; el padecer que la neurosis, conlleva es justamente lo que la vuelve  valiosa para la tendencia masoquista.  

Y habla ahora del tratamiento con los pacientes. Dice que                                                                                       en   cierta medida, daremos razón al veto ,o huída, de los pacientes sí renunciamos a la denominación  «sentimiento inconsciente de culpa», por lo demás incorrecta psicológicamente, y en  cambio hablamos de una «necesidad de castigo», que nos permite recubrir de manera  igualmente cabal el estado de cosas observado. Aquí se ha atribuido al superyó la función de la conciencia moral, y reconocido en el   sentimiento de culpa la expresión de una tensión entre el yo y el superyó. El yo reacciona  con sentimientos de culpa (angustia de la conciencia moral) ante la percepción de que  no está a la altura de los reclamos que le dirige su ideal, su superyó. 

La condición de inconsciente del masoquismo moral nos pone sobre una pista interesante.  Podríamos traducir la expresión «sentimiento inconsciente de culpa» por «necesidad de ser  castigado por un poder parental». Ahora bien, sabemos que el deseo de ser golpeado por  el padre, tan frecuente en fantasías, está muy relacionado con otro deseo, el de entrar con  él en una vinculación sexual pasiva (femenina), y no es más que la desfiguración regresiva  de este último.

En el ensayo: “Pegan a un niño” (1919) Freud  investiga las transformaciones de esta fantasía y se interroga acerca del  significado de la misma. Surge entonces la relación entre la fantasía y el masoquismo, el  “niño que está siendo golpeado” no es otro que el paciente mismo o, dicho de otro  modo: donde encontremos masoquismo también se habrá de encontrar la fantasía de que  “un niño está siendo azotado”. La transformación de esta fantasía atraviesa varios  estadios comenzando por: “están pegando a un niño”, hasta culminar en: “soy amado por mi padre porque me está golpeando”.

La conciencia moral y la moral misma nacieron por  la superación, la desexualización, del complejo de Edipo; mediante el masoquismo moral, la  moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía para una  regresión de la moral al complejo de Edipo.  Para provocar el castigo por parte de esta última  subrogación de los progenitores, el masoquista se ve obligado a hacer cosas inapropiadas,  a trabajar en contra de su propio beneficio, destruir las perspectivas que se le abren en el   mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia real.  La reversión del sadismo hacía la persona propia ocurre regularmente a raíz de la  sofocación cultural de las pulsiones, en virtud de la cual la persona se abstiene de aplicar  en su vida buena parte de sus componentes pulsionales destructivos. Cabe imaginar que  esta parte relegada de la pulsión de destrucción salga a la luz como un acrecentamiento del   masoquismo en el interior del yo. Empero, los fenómenos de la conciencia moral dejan  colegir que la destrucción que retorna desde el mundo exterior puede ser acogida por el  superyó,  y aumentar su sadismo hacia el yo, aun sin mediar aquella mudanza. El sadismo  del superyó y el masoquismo del yo se complementan uno al otro y se aúnan para provocar  las mismas consecuencias.    Concluye que la peligrosidad del masoquismo moral se debe a que desciende de la pulsión de muerte, corresponde a  aquel sector de ella que se ha sustraído a su vuelta hacia afuera como pulsión de  destrucción. Pero como, por otra parte, tiene el valor psíquico {Bedeutung} de un   componente erótico, ni aun la autodestrucción de la persona puede producirse sin  satisfacción libidinosa. 



[i]           Bases biológicas del masoquismo:

            La investigación científica ha revelado que podría existir un tipo particular de masoquistas por razones exclusivamente fisiológicas, debido a un error de transcripción del gen SCN9A, que codifica el canal de ión sodio Nav1.7 utilizado por el organismo para el control del dolor. Estos masoquistas tendrían interés únicamente en la experiencia del dolor (algolagnia), sin los factores psicológicos, aunque se cree que su propio desarrollo personal les conduce a distintas manifestaciones del sadomasoquismo.

martes, 20 de noviembre de 2012

LA REALIZACIÓN SIMBÓLICA Y DIARIO DE UNA ESQUIZOFRENICA.


LA REALIZACIÓN SIMBÓLICA Y DIARIO DE UNA ESQUIZOFRENICA.

Muchas veces creemos que los padecimientos del plano esquizofrénico no tienen cura y más aún, son crónicos y degenerativos. En este libro se plantea un caso que niega todas esas creencias. Se hizo famoso por el trabajo de la psicoanalista suiza Marguerite Sechehaye (1887-1964) “La realización simbólica” en donde exponía un novedoso método de curación psicoanalítica de la esquizofrenia; junto con esta obra la doctora publicó finalmente el diario de Renée, una joven enferma mental que había recuperado la cordura gracias a la nueva terapia. Se trata no sólo de una remisión, sino de una verdadera curación: el estado de su antigua paciente permite un desenvolvimiento y un progreso psíquico con nuevas adquisiciones espirituales iguales a los del desarrollo normal.
En este ensayo relataré los antecedentes de la paciente, después haré un análisis del trabajo de la Dra. Marguerite, para después dar mi opinión del caso.

La madre de Renée proviene de una antigua familia noble del sur de Francia. Guapa y culta, con inclinaciones artísticas, se casa con un sueco sano y muy inteligente, más joven que ella.
El de Renée es difícil, pero nace sana y era hermosa, únicamente a la madre le parece espantosa. Como no puede amamantarla tiene que alimentarla por biberón. Al cumplir la niña los once meses, la abuela se va de repente. Renée sufre por esta causa un fuerte shock: Grita, pega con la cabeza en la pared y busca con la vista a la abuela.
De ahora en adelante duerme en el cuarto de los padres. Al despertar exige imperiosamente su desayuno. Pero los padres se ríen de ella, la dejan esperar a propósito, la llaman "petit caporal" y la amenazan diciéndole que no recibirá nada si grita.
Cuando tiene 14 meses, recibe por compañero de juego, un pequeño conejo blanco, a quien ama cariñosamente. Un buen día, su padre mata al animalito -desgraciadamente en la presencia de la niña-: un nuevo shock afectivo. A partir de ese momento, Renée pregunta constante e insistentemente: "Conejito, ¿duele - duele?", se niega a comer y sufre delirios febriles, de modo que se supone que tiene meningitis.
A la edad de seis años Renée carga grandes piedras y las coloca sobre las vías para que el ferrocarril descarrile y mate así a alguien. No sabe a quién. Pero es el tren en el que su padre viaja regularmente. Lame el óxido de las barras y las piedras para hacerse "rígida como el hierro" y "fría y dura".
A los once años Renée es presa de un entusiasmo religioso. Se levanta cada mañana a las cinco y va a misa. Visita cementerios, donde con seriedad, y sorprendente puntualidad, cuida de tumbas extrañas y abandonadas. Habla con los muertos y les pide permiso para coger sus flores y darlas a los muertos desamparados. Más o menos al cumplir los doce, la niña tiene ocasionalmente ilusiones ópticas, pero sin resultados afectivos dignos de mención. Al entrar en un zaguán cree ver gente que, rodeada de coches-cuna, toma té.
La madre de Renée, que por su parte hace lo posible, pero que ha perdido el valor por la tarea demasiado pesada que le impuso, propone a menudo a su hija mayor que mueran juntas, tal como ya se lo había propuesto su padre: “después de todo, ¿que nos importa la vida?” Y la niña no se atreve a decirle a su madre que no solo desea vivir, sino que a veces hasta le gustaría jugar...
Con frecuencia e insistencia  le reprocha la madre a Renée que no la ama lo suficiente y que demasiado a la iglesia. Le insinúa que tiene inclinaciones anormales, por buscar la protección de amigas mayores, maternales; todo esto hace que crezca en el inconsciente de la muchacha una vehemente rebeldía, que por fuerza tiene que quedar reprimida.
Renée se hace sonámbula y todo el día bebe solo té. Mal nutrida y con demasiado trabajo, se asombra uno de que todavía pueda ser buena alumna. Pero la maestra la encuentra inatenta, excitada y un poco rara. El médico de la escuela la examina y determina en ella una infección primaria y es enviada a un sanatorio de montaña.
El médico de la clínica que la considera muy inteligente, se extraña de esta "máquina para destruir el mundo", así como lo de la inclinación por masturbarse.
En la escuela, Renée ya casi no trabaja y su comportamiento es cada vez más extraño, de tal manera que la profesora la lleva al médico que ya dos veces la había examinado. No logra hacerla hablar y determina, en la consulta de dos años atrás, un retraso intelectual. El caso le parece grave y no cree que tenga muchas posibilidades de curación. A pesar de ello envían a Renée a la Dra. Marguerite para que intente atajar el mal diciendo: se trata de una esquizofrenia en sus comienzos, quizá pueda ayudarla usted aliviarla pasajeramente. Trate usted de hacerle hablar".

Durante las primeras visitas, Renée muestra una actitud arrogante, tiesa y reservada. Le cuesta trabajo acostarse en el sofá. Su mirada es rígida; la expresión de su cara, severa. Pero a los diez minutos empieza a hablar. Desde el comienzo lucha contra una trasferencia positiva diciendo: “Me es usted muy simpática pero no quiero decepcionarme una vez más. Las personas no me quieren mi misma. Siempre tienen una intención: sea religiosa, piadosa, científica o egoísta. Además tengo miedo de que usted me haga daño como el medico en la clínica, quien me violento y me canso muchísimo.”
Renée habla de dos perturbaciones: en primer lugar acerca de la masturbación, que le parece ser una sensualidad repugnante, una falta de respeto a su propio cuerpo, una falta de voluntad. Y en segundo lugar los temores, que son muchos e indeterminados.
A las tres semanas la actitud de Renée se ha hecho negativa. Rehúsa a dar cualquier explicación, es pasiva, no quiere hablar o solamente emite juicios intelectuales y es indiferente. Vuelve constantemente a su problema “¿debo aceptar el análisis?”. Y se da cuenta que no puede ayudarse y tiene que sentir apoyo aunque sienta que sea cobardía.

A los tres meses y medio de tratamiento Renée habla muy poco, y lleva sus primeros dibujos simbólicos.  El primer dibujo se trata, según su explicación, del castigo que se la da a quien se niega a entrar en un convento: la gente se burla de esa persona y le hace daño. En los dibujos B y C alguien pide algo a una persona que le da la espalda. Para vengarse de la negación, lanza llamas infernales.
A partir de este momento, Renée  se dedica a menudo a dibujar durante las sesiones, y esto la aligera bastante.

A los seis o siete meses de análisis Renée sufre de dolores de cabeza y de un cansancio general que aumenta continuamente. Todavía se muestra recalcitrante a todo alivio durante el tratamiento. Teme la ayuda pues le impide sufrir. Y ella desea sufrir para castigarse por su odio.
La manía forma poco a poco un sistema, y un buen día todo estos "castigos" se explican por las maquinaciones de un desconocido "perseguidor", a quien Renée escribió una carta rogándole que ya no la torturase.
Parece increíble que a pesar de su estado anímico siga haciendo progresos. Es más paciente con sus hermanos menores y, con el asombro de todos, hasta ha comenzado a tejer una bolsa para su madre, ella que nunca hace trabajos manuales. Ha desaparecido el miedo a la masturbación y aumentado su confianza en sí misma. También trabaja un poco mejor para la escuela.

A los 19 años, la prueba más segura de una mejoría, aunque sea superficial, es la de que Renée obtiene sus calificaciones finales y que haya conseguido trabajo en la oficina. De aquí en adelante la doctora trató de alterar un poco el tratamiento ahora se sienta a su lado. La posición de la analista a la espalda de la paciente le da a esta un sentimiento de completo abandono: como no ve a la doctora, cree que no está presente; pero aun así el cansancio mental aumenta.
Nuevamente se hace cargo de ella el psiquiatra, quien la envía a un sanatorio con el diagnóstico: “ideas maniacas paranoica”. Del sanatorio es enviada a una clínica de psiquiatría. Sufre por lo pronto un fuerte shock al ser encerrada en la sala de observación junto con varias mujeres agitadas y dementes, una de las cuales abandona la cama para darle una bofetada a Renée.

Renée tiene ya 20 años y su estado es cada vez peor. Ya casi no come, de noche se siente agitada y tiene horribles pesadillas que la hacen a gritar.
Pero poco a poco la Dra. ha ido comprendiendo el sentido de los símbolos de Renée. Cuando después de repetidas interpretaciones habían captado con toda seguridad su sentido, intenta explicárselos. Pero únicamente lograba una comprensión intelectual y pasajera, y a menudo chocaba con su rechazo: no quería separase de sus símbolos.

Renée tiene veintiún años y tres meses de edad, tres años de intentos para salvar a Renée, pero constantemente choca con su sentimiento de culpabilidad que erige como una muralla alrededor de ella. Lo más difícil ahora es hacerla comer. Renée había regresado a la fase oral, pero se habría enojado si hubiera recibido leche real, enfermándose con ella aún más. Debía recibir un símbolo no una realidad.
La "madre alimentadora" sustituyó a la "frustrada". Esto le permitió a ella que siguiera viviendo, que se amara a sí misma para renunciar, en consecuencia, al castigo: la nueva madre había probado que deseaba que su hija siguiese viviendo.
Todavía quiero señalar la circunstancia de que el caso de Renée se trataba de una profunda necesidad y no de un comportamiento infantil sin contenido simbólico, como el que se encuentra a menudo en personas histéricas.

Durante los primeros meses de tratamiento ya con la mejoría de ella y de haber pasado grandes procesos, Renée pedía "pan y te". A toda prisa traía yo una bandeja con té y panecillos. Observaba estos alimentos sin tocarlos, como alguien que no ha recibido lo que quería. Con sus propias manos Margarite debió de haberle dado un trocito de pan y una cucharada de té. Renée dijo más tarde que habría sanado mucho antes si la hubiese tratado de un principio simbólicamente.

Los puntos particularmente importantes respecto a la técnica de la realización simbólica parecen ser los siguientes:

·         Los procesos solo podían lograrse durante las sesiones.
·         La realización tenía que ajustarse a la fase en que Renée se encontrara.
·         Hubo que pasar por todas las fases con suma lentitud.
·         El símbolo tenía que aplicarse directamente y mediante una persona de carne y hueso.

He aquí los resultados que se lograron mediante la realización simbólica con relación a la agresividad, al estado de confusión, al contacto, al amor propio y a la adaptación de la realidad.
1.      Cuando le di a Renée simbólicamente lo que pedía, le manifesté al mismo tiempo el amor materno.
2.      La satisfacción del deseo secreto izo inútil la comprensión esquizofrénica.
3.      Después de eliminar la agresividad, pudo establecerse contacto con la nueva madre.
4.      En consecuencia, la realización de un deseo demostraba el amor materno.
5.       El  Yo fortalecido permitía a Renée independizarse de la madre.
El tratamiento que recibió Renée me parece un ejemplo de la calidad humana de ambas, pero de paciencia y humildad de parte de la analista. Sechehaye propone una terapia novedosa que hoy por hoy parece rechazada por la psiquiatría oficial. Para la doctora las alucinaciones o las conductas alteradas del esquizofrénico no son simples afloramientos sin sentido de una mente trastornada sino que son plasmaciones de necesidades psíquicas insatisfechas. Desde la perspectiva psicoanalítica esta idea no debe resultar extraña ya que los síntomas neuróticos también son considerados en el psicoanálisis como intentos de restablecer la economía psíquica del paciente. Renée había sido desahuciada por la psiquiatría de su época y todo apuntaba a que “se trata de una esquizofrénica en sus comienzos (está en la edad en que a menudo se desarrolla una hebefrenia), no es posible ayudarla mucho, pues está en el camino de la desintegración mental, común en estos casos” (La realización simbólica cap. II) sin embargo, el método de Sechehaye logró el total restablecimiento de Renée.


La clave del método de Sechehaye es que considera que la patología del enfermo mental “habla” de sus necesidades psíquicas, de nuevo, esto no debería resultar chocante desde el psicoanálisis toda vez que uno de los elementos de la terapia psicoanalítica original era la interpretación de los sueños del paciente como manifestación de su vida psíquica profunda. Lo novedoso del método de Sechehaye es que no sólo ve las alucinaciones o conductas anómalas de Renée como “síntomas” de su patología sino también como intentos simbólicos de superar el estado esquizofrénico. De este modo la patología “habla” a la enferma de la enferma misma; la alucinación, las visiones del “Otro Mundo” no son afloramientos de las cloacas de lo irracional sino exhibiciones simbólicas de necesidades profundas de la enferma. El camino de la enfermedad es también el camino del restablecimiento psíquico, el camino que transcurre por el “Otro Mundo” es también el que llevará a Renée hacia esta alucinación socialmente admitida llamada “Mundo Real”.

Por otra parte, aún a riesgo de parecer exagerado creo que he leído pocos relatos tan extraordinariamente dramáticos como el diario de Renée, con el agravante de que cuenta hechos verídicos que se repiten día a día en ciento de miles de personas con alguna patología mental. La paulatina desconexión de la enferma con el mundo real es narrada con un inexorable fatalismo y un profundo sentimiento de angustia y soledad. La certeza de que al final Renée fue reintegrada a la realidad hace que la lectura de esta tragedia sea algo más soportable. Me parece realmente significativo que la gran angustia y el sentimiento de irrealidad de Renée parecen fundamentarse en el hecho de sentir el mundo como ajeno y una terrible separación de todo y de todos, y no las alucinaciones per se. Si no siento la más mínima comunión con el mundo, puedo ver las imágenes de lo que me rodea, pero todo está despojado de alma y es por tanto monstruoso e irreal. Precisamente lo contrario a los momentos de profunda conexión en los que se puede experimentar precisamente lo contrario; que todo está lleno de alma y que no es otra que la nuestra misma. Y todo es profunda y absolutamente real. Esto viene a corroborar la idea de que el enfermo que sufre algún tipo de psicosis no teme tanto las alucinaciones en sí sino el sentimiento de soledad y de desligazón con la realidad socialmente admitida que le rodea. La irrealidad, conforme avanza el deterioro mental de Renée, se asocia cada vez más al aislamiento y la ruptura de los lazos que unen a la enferma con el mundo de lo humano, entonces las alucinaciones sí se tornan terroríficas.

Sin duda me parece que el método es novedoso, pero que la piedra angular del trato con personas es la propia humanidad y no son las interpretaciones las que curan sino la relación entre paciente y analista.